01/05/2016 01:55 | Actualizado a 01/05/2016 03:48 El síndrome de Ulises es algo serio. Describe una situación de estrés límite que afecta a algunos emigrantes cuando se instalan en otro país en condiciones de extrema precariedad y les asaltan sentimientos de soledad y fracaso. Si tuviéramos que hacer una traslación a la política, aplicando abismales salvedades –pocas cosas son tan comparables al desamparo de quien tiene que abandonar sus raíces obligado por la necesidad–, podríamos atribuirlo a aquellos dirigentes que se ven forzados a dejar un cargo relevante sin estar preparados para el lance. El salto del poder a la vida civil provoca a veces en el político un estrés difícil de superar que nada tiene que ver con el estimulante camino inverso. Sin el hostigamiento del teléfono ni los requerimientos constantes del entorno y de otros poderes, se instala en el ánimo del afectado una ansiedad ino- En cambio, la sociedad digiere a una velocidad vertiginosa el relevo de un líder por otro. Diríase que lo devora. Algo así ha ocurrido con la renuncia de Artur Mas a la presidencia de la Generalitat. Han transcurrido tres meses y medio desde ese acontecimiento y a buen seguro que a la mayoría de catalanes que sigue la actualidad política le parece una eternidad, mientras que es muy probable que el expresident tenga una impresión contraria. Es un efecto habitual en otros políticos que han abandonado una actividad que parece adictiva, pero si además se ha dejado la puerta abierta al retorno, la desintoxicación deviene casi imposible. De ahí que Mas se mueva en la ambigüedad cada vez que se le inquiere por su futuro. Lo hizo esta semana Josep Cuní en 8tv, cuando le preguntó si estaría dispuesto a presentarse a “unas elecciones”. Mas replicó que no a las próximas generales, salvo que le pidieran formar parte de una lista unitaria por la independencia ya rechazada por ERC, pero se cuidó mucho de descartarse para unas elecciones catalanas. Es más, subrayó que él había dado “un paso al lado”, no atrás. ![]() Un adelanto electoral derivado de la falta de presupuestos y de un deterioro de la relación entre Convergència y Esquerra que precipitase los comicios antes de expirar los 18 meses previstos podría justificar que Mas liderase de nuevo la lista de su partido a la Generalitat. Pero si esa eventual circunstancia no se produce, será más difícil, a medida que transcurren los meses, justificar una decisión semejante. Otra cosa son sus aspiraciones en el partido. Convergència vive expectante a la espera de que Mas decida qué papel quiere jugar: si desea convertirse en una figura institucional que ejerza de autoridad moral después de que Jordi Pujol enterrara con ignominia su potestad, o si prefiere mantener las funciones ejecutivas. Cada vez más dirigentes del partido, incluidos muchos fieles al expresident, creen que la refundación no resultará creíble si Mas mantiene las riendas de la formación, pero admiten que será él quien tenga la última palabra. En cuanto a la candidatura a presidir la Generalitat, Carles Puigdemont gana puntos incluso en el entorno de su antecesor. Si exceptuamos a los dirigentes que también aspiran a ocupar el cartel electoral, buena parte de los cuadros del partido ve en el exalcalde de Girona al próximo presidenciable. Puigdemont insiste en público y en privado en que su intención es dejarlo cuando expire este corto mandato, pero aún queda tiempo para cambiar de opinión. Quienes ya le ven como candidato enumeran como ventajas que Puigdemont es independentista de toda la vida –no como Mas– sin ser visto como un extremista, que no está ligado al pujolismo y que tampoco se le incardina en ninguna familias internas del partido. La política no la componen sólo tácticas e ideales, sino que también la condicionan la personalidad y sentimientos de sus protagonistas. Mas no ha perdonado la forma en que fue expulsado –por exigencia de la CUP– de una presidencia que le costó años alcanzar y le gustaría resarcirse de ese amargo empujón. Como también anhela que las urnas le desquiten del Gobierno central con un resultado a favor de la independencia que supere la mitad del censo. Sería como la llegada de Ulises a Ítaca. Mientras, su figura condiciona el futuro inmediato de CDC y su indecisión amenaza con atenazar la tan pregonada refundación. Aunque, claro, visto desde su perspectiva, sólo han pasado algo más de tres meses desde que recogiera sus enseres del despacho del Palau de la Generalitat. |