Rehabilitado

03/02/2018 00:43 | Actualizado a 03/02/2018 02:59

No hay certeza de que haya desaparecido la intención de conseguir la independencia de Catalunya, y hay todavía sectores que defienden explícitamente que se tiene que conseguir de manera inmediata”. Este párrafo del auto del juez Llarena a favor de mantener en prisión a Joaquim Forn es aún más desinhibido que el que plantó en el auto en contra de la excarcelación de Junqueras. En ambos, y sin atisbo de sonrojo, el juez del ­Supremo ha convertido la ideología ­pa­cífica de los dos políticos en un motivo de causa penal, y si España fuera una democracia seria, el escándalo sería mayúsculo entre los demócratas es­pañoles.

De hecho, empieza a serlo, aunque con la sordina que impone el relato de la unidad patria, una eficaz anestesia contra la consciencia crítica. Pero con todo, ahí está la periodista Elisa Beni alarmada –“esto es terrible y vergonzoso lo queráis ver o no”– o el exletrado del TC y profesor de Derecho Constitucional de Sevilla Joaquín Urías –“el juez Llarena ya no disimula. El auto de hoy por el que mantiene al exconsejero Forn en prisión provisional toma en cuenta para ello su ideología. Sin complejos”–, o el periodista Antonio Maestre –“después de leer el auto del juez Llarena no puedo más que cambiar mi opinión sobre los consellers en prisión. Antes no creía que se les pudiera llamar presos políticos. Ahora no se me ocurre otra manera de llamarlos”–, y así hasta una larga lista de valientes disidentes del relato único impuesto. Por supuesto, la lista de los juristas y comentaristas catalanes alarmados es ingente, pero me parecen aún más significativas las voces que, desde miradas muy alejadas, expresan su extrema preocupación.

Y no es para menos porque empieza a considerarse normal que tener unas ideas y defender unos ideales pueda ser motivo de persecución penal, y así se está armando toda la gran causa contra Catalunya. A Forn y a Junqueras y por supuesto a los Jordis se les considera sospechosos no sólo por lo que presuntamente han hecho sino por lo que piensan, y por ello mismo no los dejan en libertad, porque no están “rehabilitados”. Es decir, cometen la grave injuria contra el Estado de continuar deseando la independencia de su nación. ¿Lo pretenden con bombas, con pistolas, con invasiones marcianas? No, pero no importa, porque según parece lo violento está en las ideas que tienen.

En este punto, ¿qué deben hacer los cuatro encarcelados para salir de una vergonzosa prisión provisional? Por lo que leemos, el juez es bastante claro: dejar de tener las ideas que tienen. Es decir, purgar sus culpas ideológicas, ponerse de rodillas ante el altar de la sagrada unidad y prometer que nunca más defenderán la independencia. Si esto pasa en la China popular (que ­diría Carod), hablaríamos de Estado ­policial. Si pasa en España, le llaman solvencia del Estado y democracia. Curioso lo que hace la semántica ­según el idioma.