Melancolía independentista

03/07/2018 00:45 | Actualizado a 03/07/2018 02:16

En el 2012 el ánimo que regía en el independentismo estaba marcado por la euforia y la absoluta confianza de que extender su entusiasmo a todas las capas de la sociedad haría posible cambiar definitivamente la relación con España. Se podría establecer que el ánimo que inspiraba a los espíritus de la “revolució dels somriures” era mercurial. La comunicación, la empatía y la pasión, signos de lo mercurial, contagiaron a buena parte de la sociedad catalana, que nunca antes habían pensado en votarlos. Del 2012 hasta el 2017 el movimiento independentista era observado por quien lo contemplara por primera vez frotándose los ojos para dar fe de que lo que estaba viendo era real y no una ficción. Fueron momentos donde se volaba alto y muchos creyeron ver en ese vuelo prolongado que se alcanzaría la república. En aquellos días la ilusión y la esperanza podían con todo, incluso con la verdad.

Tras las elecciones del 21 de diciembre, el independentismo, casi sin percatarse, pasó de estar regido por el dios Mercurio a verse arrastrado por el influjo del dios Saturno. El cambio que en él se operó fue pasar de ser un movimiento extrovertido, desacomplejado y sin contradicciones a abrazar la melancolía, la introspección y la aceptación de la condición mortal de los ideales y las ilusiones. Si habláramos de política tradicional, ese cambio se podría definir como la inevitable evolución desde las ilusiones irrealizables al pragmatismo. Lo que se observa es una compleja evolución psicológica del independentismo político que se escapa a la lógica política tal y como hasta ahora habíamos conocido. Lo que vemos es una mi­núscula grieta desde la que podemos divisar cómo las certezas que guiaban al anterior gobierno de la Generalitat se han convertido en dudas al perder la iniciativa política que habían ganado el 1 de octubre. Dudas y desconfianza entre el movimiento independentista y los partidos políticos que lo representan. Y cambios de estrategia ­como el que intenta impulsar el PDECat, que han empezado a plasmar la idea po­lítica de que la tercera vía efectiva sólo se puede realizar con éxito desde posiciones independentistas.

La melancolía independentista que hoy observamos en sus líderes políticos y sociales no debe leerse como la renuncia a seguir luchando por sus ideales sino como la constatación de que sus principales objetivos no se han cumplido.