La gran mentira

 04/10/2016 00:54 | Actualizado a 04/10/2016 01:17

Ahora que los socialistas han roto y quizá enterrado al Partido Socialista, empieza otra curiosa batalla: la conquista de su espacio político y de su electorado. Este sábado de la gran trifulca me habría gustado ser un nuevo Diablo Cojuelo para colarme por las chimeneas de los dirigentes del PP y de Podemos y ver qué hacían ante el televisor, escuchar sus conversaciones y contar las botellas de cava que caían. Todos dicen estar muy compungidos, porque ya se sabe que España necesita una socialdemocracia fuerte, una oposición de izquierda responsable y sólida y todo eso que se dice en los discursos, en los editoriales y en los funerales. Pero quienes han competido por el poder con el PSOE siempre aspiraron a debilitarlo, dividirlo, estigmatizarlo y, si fuera posible, matarlo. Ahora esperan comprobar su rigor mortis para ponerse en la fila en la que se repartirá su herencia.

Hay aspirantes por la izquierda y por la derecha. Pablo Iglesias, a quien los socialistas atribuyeron la intención de eliminar al PSOE, ya se erigió en alternativa al PP porque, caído Sánchez, le corresponde la legitimidad progresista. Dolores de Cospedal y otros egregios agentes del pensamiento conservador ya no necesitan buscar argumentos para destrozar a su adversario tradicional, sino que se ven como depositarios de un histórico designio: representar en la tierra el sentido común, el rigor, la eficacia, la disciplina, la claridad de ideas, la modernidad y cualquier otra palabra positiva que encuentren en el diccionario. Y lo mismo, a escala autonómica: me imagino a los partidos catalanes contando los votos que le quedan al bueno de Iceta y estudiando cómo heredarlos.

Por eso dudo que el PSOE encuentre apoyos en su tarea de reconstrucción o cosido. Los más españolistas preferirán verlo bien muerto en Catalunya, aunque eso beneficie a la desconexión. Y los más defensores del orden establecido y de la Constitución le están organizando el funeral, aunque eso beneficie a quienes el señor Rajoy no incluye entre los constitucionalistas con quienes se puede dialogar. Eso sí: todos dicen que lo primero es el país y después los intereses del partido. Mienten como bellacos.