Soledad internacional

04/11/2017 00:39 | Actualizado a 04/11/2017 03:17

Estamos viviendo momentos muy intensos tras la aprobación de las leyes del Referéndum y de Transitoriedad de 6 y 7 de septiembre, tras los controvertidos sucesos del 1 de octubre, tras la semideclaración de independencia del 27 de octubre y tras el traslado de sedes sociales fuera de Catalunya para evitar la inseguridad jurídica. Todo ello se ha agravado con la huida de Carles Puigdemont y varios consellers a Bruselas tratando de internacionalizar el conflicto.

La Generalitat está intervenida por la aplicación del articulo 155 de la Constitución y, como siempre, la calle está movilizada por la ANC y Òmnium por unas supuestas persecuciones judiciales irresponsables de la Fiscalía, del Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional. Asimismo buena parte del independentismo ve mal que el Gobierno haya convocado para el 21 de diciembre elecciones en clave autonómica y no bajo el régimen de su república catalana independiente.

Aquí no voy a comentar, sin embargo, toda esta problemática política y judicial que está sobre la mesa ni tampoco la grave pérdida de peso de Catalunya respecto a Madrid por el traslado de sedes sociales de empresas catalanas. Aquí voy a centrarme en la soledad internacional y falta de reconocimiento exterior al proceso independentista. Es una cuestión que fui el primero en poner sobre el tapete en septiembre del 2013 y que se me criticó desde círculos independentistas, pues el Govern decía que la UE y el mundo abrirían los brazos a la nueva Catalunya.

En estas últimas semanas ha quedado muy claro que la pretendida república independiente catalana no sería miembro de la UE ni sería reconocida por ningún país ni por las Naciones Unidas. La idea de una Catalunya república independiente o “nuevo estado de Europa” pretendida por la Gene­ralidad –a través del una supuesta internaciona­lización del conflicto entre Madrid y Barcelona mediante complicidades internacionales– no ha existido más que en el imaginario separatista. La soledad internacional del proyecto in­dependentista es absoluta pese a los esfuerzos desple­gados por el ahora disuelto Diplocat para buscar apoyos externos.

Este pretendido apoyo internacional fue una de las mentiras –junto al no coste económico de la independencia– argumentadas por los separatistas para conseguir adictos hacia el separatismo. Se llegó a decir que “Europa y el mundo nos esperan con los brazos abiertos” frente a la opresión de un Gobierno español supuestamente franquista y no democrático.

Confirmada la soledad internacional del proceso lo importante a partir de aquí, y con vistas a las elecciones del 21 de diciembre, es que no se produzcan sobresaltos judiciales ni mentiras intoxicadoras del electorado y, por otra parte, que el mundo, los catalanes y el resto de los españoles veamos cauces y soluciones internas para la inserción de Catalunya en el contexto de España que no consistan ni en la independencia ni en el hasta ahora poco motivador inmovilismo político.