La hora de la verdad

11/03/2017 00:40 | Actualizado a 11/03/2017 03:14

Ha llegado la hora de la verdad”, dijo el presidente Carles Puigdemont después de informar que el hámster había salido de la rueda. Algo antes, la diputada de la CUP Anna Gabriel había anunciado que “el tiempo de las excusas se ha acabado”. Y la misma Anna Gabriel y el miembro de Esquerra Jordi Orobitg coincidieron en vaticinar que la transición hacia el Estado catalán “no será necesariamente pacífica ni ordenada”. Traducidas estas frases al lenguaje político ordinario significan dos cosas. Una, que la decisión de llevar adelante el proceso está adoptada con todas sus consecuencias. No es ninguna novedad, pero el soberanismo entiende que ha llegado el momento. Trasladada esa impresión a un dirigente de Esquerra me lo confirmó: “Nunca hemos tenido una oportunidad histórica más favorable, nuestra obligación es aprovecharla, ahora o nunca”. A las gentes de la CUP el mes de septiembre les parece demasiado tarde.

Anna GabrielAnna Gabriel (Xavier Gómez)

¿Por qué “ahora o nunca”? Porque las circunstancias políticas que ayudaron a aglutinar al independentismo pueden desaparecer. La recuperación económica puede consolidarse. Barcelona es la ciudad donde más pisos se venden. Se está creando empleo. Las familias recuperan su capacidad de gasto. Hay un mayor optimismo. La irritación con el Estado, sus administradores y sus recortes tenderá a reducirse. A una mayor satisfacción social corresponderá una cierta complacencia social con el statu quo. Romperlo puede afectar al bienestar.

Y algún detalle nada menor. Los partidarios de la unión han perdido el miedo a expresarse. No hay una resistencia capaz de hacer frente al poderío de la ANC, ­pero la prensa catalana muestra cada día más voces que se rebelan contra lo inevitable de la desconexión. El último dictamen del Consell de Garanties Estatutàries, el que niega la constitucionalidad a la convocatoria del referéndum, aunque lo desoiga el Govern, añade argumentos de ilegalidad a la consulta y la debilita. Eso está en el ambiente. Añádase que una parte de la clase política catalana, la conductora del proceso, puede entrar en un periodo de descrédito como consecuencia de lo que está saliendo a la luz en el juicio de caso Palau… Y lo que viene en el caso Pretoria. Es la primera ocasión en la que el independentismo, que siempre llevó la iniciativa política, pierde algo de su fuerza arrolladora.

Hay que adelantarse a todo eso. Por eso a los más radicales e impulsivos el mes de septiembre les parece demasiado tarde. La segunda sugerencia, quizá la más inquietante, es que se ha comenzado a preparar a la sociedad para un desenlace duro, conflictivo y en el que no se descarta perder una de las cualidades hasta ahora más apreciadas del separatismo: su trayectoria y su voluntad pacífica. Las únicas preguntas que se me ocurren ante el vaticinio de Gabriel y de Orobitg, apuntado al principio de esta crónica, son: ¿Cuánto de pacífico se está dispuesto a perder? ¿Cuánta sociedad catalana está dispuesta a aceptar ese destino? ¿Qué cantidad de pérdida de paz podría tolerar la pacífica Catalunya? Esos son los nuevos interrogantes de la hora de la verdad.