En marcha... ¿hacia dónde exactamente?

 


Contra pronóstico, el pacto entre Junts pel Sí y la CUP se volvió posible. En un movimiento –digamos audaz– se pusieron las bases para la investidura. Ciertamente, a un precio bien alto. La cabeza del candidato Mas, a cambio del voto favorable a la investidura y de presuntas contrapartidas de la CUP. ¿Quién había ga­nado? No sabría decirlo con exactitud. Pero creo que CDC y el presidente Mas fueron los mayores damnificados.

Decía Mas, aún presidente, que ir a nuevas elecciones era un pésimo escenario para el país y no lo quería nadie. Era esta una afirmación bienintencionada, pero discutible. A los catalanes nos convenía votar y que la ciudadanía valorara los tres meses de inoída negociación, procurando, si lo creía oportuno, un nuevo escenario político en Catalunya.

Las cosas hubieran podido cambiar. Y sospecho que no a peor. Sin embargo, Mas intuía, correctamente, que no podría contar, nue­vamente con JxSí para ir a las elecciones. En ERC creían que podían ganarlas, pues el coste político de la negociación había sido muy bajo para ellos. Y seguro que el resultado de CDC no hubiera sido especialmente exitoso. La generosidad de Mas –indiscutible– tenía en cuenta esta hipótesis y prevalecieron los intereses generales por encima de sus aspiraciones personales.

¿Cómo presentar el flamante acuerdo ante la opinión pública? Pagando un precio, haciendo ver que se cobraba otro. A saber: la renuncia de Mas a cambio de la salida del Parlament de determinados diputados y diputadas de la CUP, y la artificiosa fórmula parlamentaria de cesión de dos electos de la CUP a la mayoría. Se corregía así el designio político otorgado el 27- S. De la afirmación del presidente Mas según la cual los resultados eran “dos victorias en una: la del sí y la de la democracia”, a la aseveración arriesgada: “Lo que las urnas no nos dieron directamente se ha tenido que corregir a través de la negociación”.

Con el pacto, hemos conjurado la posibilidad de un resultado electoral indeseado. No es poca cosa, pero la naturaleza de las relaciones entre JxSí y la CUP, entre CDC y ERC y, además, la particular idiosincrasia política y organizativa de la CUP no garantizan, a corto, la estabilidad, ni aseguran los acuerdos firmados. De hecho, los dirigentes de la CUP han presentado el acuerdo de investidura de modo sustancialmente diferente a como lo han hecho los negociadores de Junts pel Sí. Unos y otros hablaban de cosas parecidas con resultados diferentes.

¿Es posible avanzar hacia la independencia con el programa de acción acordado? ¿Es aquella hoja de ruta un instrumento idóneo para mejorar la actual correlación de fuerzas? ¿Tenemos suficiente masa crítica ciudadana para afrontar una aspiración tan colosal?

Sin una estabilidad política, firme y duradera, eso es imposible, y no será fácil que el pacto se mantenga incólume y operativo durante los próximos meses. Es probable que el alma revolucionaria de la CUP se trague el ­alma independentista. No tendría nada de ­extraño y, entonces, la pretendida domes­ticación de la CUP sería papel mojado. La aspiración de atar de pies y manos a los cuperos, como se pretende, me parece una piadosa ­intención de resultado incierto. Es ingenuo creer que la voluntad política lo hace todo posible y que imposible es sólo una opinión. La ingenuidad y la buena fe tienen en política, a menudo, consecuencias letales. Donde radica la masa crítica decisiva para los cambios de hoy es en el derecho a decidir. No insistiré en el efecto movilizador de este en el imaginario de las masivas manifestaciones populares.

Claro está que la consecución de la República Catalana y el Estado propio es un objetivo bien digno, pero requiere algo más que una mayoría intrínsecamente inestable del 47,8% de votos. En este contexto, el Govern tiene que gobernar y resolver una multitud de problemas que asedian a los catalanes, velando por dicho proceso constituyente. Las políticas públicas en el ámbito de la educación, salud, justicia y gobernación no serán fáciles de concertar en el seno del Govern.

Prefería las elecciones en marzo. El pacto firmado ni es sostenible, ni nos conviene como país, pues los legítimos intereses, respetables y contradictorios, de unos y otros, no se resuelven en el ámbito de la creación de un Estado catalán. Sin estabilidad política firme y leal no hay proceso posible. El tiempo lo demostrará. Aceptaré que estamos en marcha, pero preguntándome: ¿hacia dónde exactamente? La política proporciona escenarios complejos, de los que querríamos huir buscando confort para el presente y el porvenir. Podemos escoger, pero tendríamos que procurar no equivocarnos demasiado. ¿Insinúo que nos equivocamos? Sostengo, convencido, que el acuerdo hacia la independencia sufrirá más de lo que sus protagonistas imaginan.

La polémica declaración del 9 de noviembre no podrá desarrollarse. La fragilidad del pacto firmado no lo permitirá y será impo­sible responder con solvencia hacia dónde tenemos que ir e intentarlo. Empeñarse no es una estrategia política plausible. ¿Es quizás un error imperdonable?