24/01/2016 00:47 | Actualizado a 24/01/2016 01:29 El sábado que Carles Puigdemont había reservado para hacer encargos domésticos y una comida rápida en un self-service cerca del Ayuntamiento de Girona se convirtió en un doble acto de servicio. A Artur Mas y a Convergència. Hacía dos días que había recibido un mensaje en el que alguien ajeno al círculo del Palau de la Generalitat le insinuaba que su nombre sonaba como alternativa a Artur Mas en la presidencia. “Espero que no pase”, fue su primera reacción mental. Lo confiesa ahora, sentado en el Saló Verge de Montserrat del Palau. “Sabía que si pasaba no podría decir que no”. Pero pasó. Y tras la llamada de Mas, le invadió una sensación de tristeza que todavía no le ha abandonado y así lo transmite al desplegar su discurso. La convicción del independentista de toda la vida de Puigdemont –“yo no soy sospechoso”– no es incompatible con la incomodidad de quien está donde no quería ni esperaba estar. Nunca. No ha estrenado la Casa dels Canonges y el viernes dedicó un par de horas a saludar a los trabajadores del Palau de la Generalitat y descubrir algunos de sus rincones góticos. De hecho, hasta ese momento tenía dificultades para identificar las dependencias en las que lo recibió Mas aquel sábado para poner en marcha su particular operación dos Puigdemont es molt honorable desde hace quince días, pero en Convergència “el president” sigue siendo Artur Mas. Lo es porque el actual inquilino del Palau de la Generalitat puso como primera condición su interinidad y caducidad. Porque, aun siendo el menos convergente de los convergentes –hasta se abstuvo en el referéndum del Estatut que pactaron Mas y Zapatero–, sigue de luto por la retirada del expresident. Y porque su elección responde a algo más que a la necesidad de sacar al proceso soberanista del callejón sin salida al que lo habían conducido las negociaciones entre Junts pel Sí y la CUP. Había que sacar del mismo callejón a CDC. La refundación, renacimiento, o borrón y cuenta nueva, que clamaba a gritos la estructura convergente desde hace varias citas electorales sólo se podía ejecutar en toda sus extensión desde la oposición o con Mas al timón físico del partido. Y el expresident, una vez más, ha logrado su particular cuadratura del círculo. Liberado de sus responsabilidades ordinarias de la presidencia, esas que llevaban al profesor Andreu Mas-Colell a ponerse de rodillas ante Cristóbal Montoro y que ahora ocuparán a Oriol Junqueras, puede pilotar con mano de hierro la travesía convergente del siglo XX al XXI sin perder el aura mesiánica entre los masistas a los que condujo desde el autonomismo hasta el independentismo. Los candidatos a ocupar un puesto en el puente de mando ya no moverán un dedo si su omnipresident no lo bendice y se desactiva la batalla por el cartel electoral. Si en él no aparece la imagen de Mas, se prevé que lo haga un comodín. Y de nuevo Puigdemont servirá para impulsar a Neus Munté en su papel de portavoz y mano derecha en el Govern. |