Durante los últimos dos años, en Convergència había quien llevaba una doble vida. No de esas que son inexplicables en casa, pero sí de las que dificultan el día a día. Algunos no han conseguido mantener tan alta su fe en el proceso soberanista como para no ver que, elección tras elección, su partido se deslizaba por una irremisible pendiente descendente, pero han guardado en público un clamoroso silencio. Entre ellos, los hay que son consellers, pero también algunos dirigentes, cuadros intermedios, diputados, varios veteranos y unos cuantos alcaldes. Aún hoy, ninguno de ellos abrirá la boca en público para criticar una decisión de Artur Mas. Si algo ha quedado de las décadas que Jordi Pujol manejó los designios de su partido es una inquebrantable disciplina interna y un terror paralizante a discrepar abiertamente. Pero Convergència se enfrenta hoy a la mayor crisis de su historia. Un trance al que no es ajeno su fundador, Jordi Pujol, inmerso él y su familia en un proceso judicial que va a seguir enturbiando la trayectoria de CDC en los próximos meses. Los presuntos casos de corrupción no han sido ajenos al giro soberanista. Como tampoco lo fueron los recortes. Pero el 27-S ha trastocado todas las previsiones y la negociación con la CUP ha sido la espoleta que ha abierto el tarro de los malhumores. La declaración del 9 de noviembre de ruptura con el Estado y desobediencia al Tribunal Constitucional no gustó ni siquiera a Carles Viver Pi-Sunyer, el jurista de cabecera de Palau, artífice del proceso dedesconexión sobre el papel. Mucho menos fue del agrado de los consellers, que así lo evidenciaron ante Mas en una reunión del Govern. Uno de los más molestos ha sido Andreu Mas-Colell, exponente de lo que iba a ser “el Govern dels millors”. La relación entre el president y su conseller de Economia se ha enfriado. Mas ha ido reduciendo su círculo de fieles. El antiguo pinyol, el núcleo duro que le ayudó a llegar a la presidencia, ha desaparecido. Primero se fue David Madí, después Oriol Pujol tuvo que abandonar la política por el caso de las ITV. Sólo Francesc Homs se ha mantenido en un entorno muy reducido en el que también figura Jordi Vilajoana. ![]() El debate en el Ejecutivo ha sido casi inexistente. De haber tenido la oportunidad de formar gobierno, Artur Mas se habría quedado con la vicepresidenta Neus Munté, los consellers Meritxell Borràs, Jordi Jané y Santi Vila, y con el secretari del Govern, Jordi Baiget. Los tres primeros pueden considerarse hombres (y mujeres) de partido, en el sentido orgánico y tradicional del término. Baiget se ha ganado su confianza más recientemente. Las diferencias en el seno de Convergència no son tanto programáticas, sino de estrategia. Los que no eran independentistas han acabado porconvertirse. Pero no todos comparten los ritmos y las alianzas. Incluso hay quien se ha proclamado independentista de toda la vida que ejerce ahora de voz crítica. “Hemos salido del armario y no podemos volver a entrar”, resume uno de los que en otro tiempo fue nacionalista moderado. Otra cuestión es que para conseguir la independencia haya que proclamar la desobediencia legal o ir de la mano de ERC o la CUP. Los críticos consideran que Convergència no tenía que haberse movido del “derecho a decidir”, es decir, de la reclamación del referéndum. El liderazgo indiscutido de Mas ha actuado como bálsamo de estas inquietudes. Pero es evidente que la trayectoria política del president se agota y en los últimos meses ya ha empezado una sorda batalla por el poder interno. Mas, sin embargo, está decidido a presentarse otra vez como candidato en marzo. Si no lo hiciera, la pugna por su sucesión podría acabar de hundir las ya maltrechas expectativas electorales de CDC. El plan de Mas y su círculo de colaboradores era evitar las elecciones para conseguir un año vital para refundar el partido. La operación pasa por encumbrar a Munté como candidata a la presidencia de la Generalitat, mientras que en el partido cobrarían fuerza nombres como el de Francesc Homs, recién aterrizado en el Congreso de los Diputados, Jordi Turull, presidente del grupo parlamentario de Junts pel Sí, y Lluís Corominas, vicesecretario de CDC. Entre quienes han mantenido una posición crítica con mayor o menor intensidad destacan consellers como Santi Vila, Germà Gordó o Felip Puig, estos dos últimos de probada vocación independentista. Mientras que Gordó no oculta sus aspiraciones a la sucesión, Puig juega sus cartas como influyente poseedor de apoyos territoriales que pueden decantar la balanza en una pugna por el control de la nueva Convergència. En el cuadro hay que incluir a Josep Rull, actual coordinador general de CDC, convencido independentista. Más cercano al primer sector que al segundo, intentará hacer valer el respaldo territorial atesorado en los casi dos años que lleva al frente de CDC para mantenerse a flote en el partido, sin que compita por el cartel presidencial. Las oportunidades de unos y otros vendrán determinadas por la ambición refundadora que se pretenda imprimir cuando se celebre el congreso, que no será mucha si se pretendiera calzarlo antes de las elecciones. Las primarias, por ejemplo, están sobre la mesa. Aunque el desenlace es imprevisible, lo que está claro es que Mas quiere marcar el destino inmediato de su partido. En ese sentido, no es ajeno a esa fiebre que aqueja a todo líder de intentar ungir a quienes deberán llevar las riendas de su legado. |