M iedo puede ser la palabra del 2016. Nos han pasado de la recuperación, concepto de esperanza, al miedo como consecuencia de la situación política. En el mundo, por la aprensión ante el terrorismo, que llevó a la noche de Fin de Año más controlada que recordamos. En Catalunya, por lo que pueda pasar: temor de los independentistas a haber hecho el ridículo con la investidura de Mas, y de los españolistas por el rebote soberanista que pueda haber en las elecciones repetidas. Y en el conjunto de España, por el desasosiego de los pactos que se puedan firmar, por los que no se puedan firmar, por la incertidumbre, por el fantasma de la ingobernabilidad y también por el resultado de las probables elecciones. No hay periódico que no publique cada día una información que alienta el miedo. Un día se nos alerta del frenazo de las inversiones, que nadie cuantifica, pero se llegan a cifrar en cientos de miles de iniciativas paralizadas. Otro día se nos asusta con el balance de la bolsa española, la de peor comportamiento y mayores pérdidas entre las europeas, también por la incertidumbre política. Y no podía faltar el aviso más clásico: puede frenarse la creación de empleo, que, en todo caso, será más temporal y barato, es decir, más precario. Frente al Rajoy que trató de seducirnos con la creación de medio millón de puestos de trabajo anuales, ahora se nos amenaza con el estancamiento. Henos, pues, ante la consecuencia más inesperada de los últimos procesos electorales. Votamos para mejorar y resulta que los votos nos traen miedo al futuro. ¿Está justificado o se trata de un recurso para conseguir que los socialistas se adhieran a la todavía improbable gran coalición? ¿Será un miedo ideológico, dirigido a asustar a los votantes de Podemos? ¿Habrá una fábrica del miedo con poderosos recursos y fuerza para penetrar en la sociedad a través de los medios de información? No descartemos nada. El miedo es un eficaz recurso político. Primero se inyecta, después se alimenta y, por último, paraliza a las sociedades. Y es en ese momento final cuando nos tenemos que acordar de Roosevelt y alertar contra “el miedo al miedo mismo”. Estamos en la primera fase. |