La puerta del conflicto

 07/01/2016 00:21 | Actualizado a 07/01/2016 08:32

Junts pel Sí y la CUP probablemente se quieran, probablemente se odien, con toda seguridad se necesitan. La coalición necesita el sí de la CUP para mantenerse unida, para intentar la desconexión, para evitar las elecciones, para cumplir el compromiso de sostener a Mas como president, para casi todo. La candidatura popular necesita el abrazo con Junts para no quedar como la dejó el señor Mas en su última alocución: como un grupo sin espíritu de país en el que “lo que realmente impera es el espíritu revolucionario”. En estas condiciones de necesidad mutua, tendrían que entenderse en la reunión de hoy, que a lo mejor continúa mañana y que a lo peor mantiene el suspense hasta el mismo domingo a las 12 de la noche. Quienes fueron capaces de pujar en una subasta durante tres meses, pueden pelear en la lonja tres días más.

Lo que ocurre, por las informaciones de que dispongo, es que se sigue tratando a la presidencia de la Generalitat como un pescado en esa subasta, expresión del president. Los cuperos son tenaces, por no decir tercos o testarudos, y todavía pretenden investir a otro candidato distinto. Es decir, pretenden que Junqueras rompa sus compromisos de coalición, que CDC abjure de su líder o que el propio Artur Mas se haga el harakiri para dejar su puesto a quien “refleje los cambios sociales y políticos de los últimos años”. No dicen cuál, pero algunas voces han señalado al propio Junqueras y a Romeva. La CUP no se ha movido un milímetro. Salvo que la reunión de hoy demuestre lo contrario, la bronca de Mas del lunes ha sido otro esfuerzo estéril.

Este cronista piensa que se podría hacer una larga lista de razones por las cuales Artur Mas debería hacerse “a un lado”, como dice Joan Tardà. Nadie es imprescindible, ni siquiera quien se considera motor del estado catalán. Pero justamente hay una razón que le obliga a no ceder: que se lo exija la CUP. Esa candidatura tiene mucho poder porque tiene la clave de la mayoría parlamentaria. Pero ni tuvo votos ni tiene escaños suficientes para el abuso de ese poder. No es comparable su representación a la obtenida por Junts pel Sí. Puede negociar aspectos de la política del futuro gobierno catalán. Puede poner precio a su apoyo, como siempre se hace para justificar la gobernabilidad. Puede humillar a la formación mayoritaria, como hizo al conseguir en la subasta la presidencia compartida o la moción de confianza a los diez meses. Pero no está legitimada para imponer el cambio del nombre que siempre ha sido candidato a la presidencia.

Y añado otro factor que me parece decisivo: si el señor Mas cree, como ha dicho, que la ideología de la CUP es “una hiperrevolución de izquierdas” con la cual “no llegaríamos ni a la vuelta de la esquina”, ni siquiera deberían sentarse a hablar hoy. ¿Para qué hacerlo? Un acuerdo in extremis evitaría las elecciones, nada más. A cambio, abriría la puerta al conflicto permanente.