Un encargo envenenado


 11/01/2016 23:07 | Actualizado a 12/01/2016 06:18

Macià, Companys, Irla, Tarradellas, Pujol, Maragall, Montilla, Mas… Puigdemont. He aquí la lista de los nueve presidentes de la Generalitat contemporánea, es decir, dotados de legitimidad democrática. Carles Puigdemont i Casamajó (Amer, 1962) es desde el domingo el nuevo president electo. Dispone de la mayoría absoluta de los escaños del Parlament (70) para presidir el Govern por “un periodo temporal, transitorio e irrepetible” de 18 meses.

Su programa de gobierno es el que presentó Artur Mas en su investidura fallida: “El candidato no es el mismo, pero el programa, sí”. Su perfil es distinto, como subrayaba ayer Francesc-Marc Álvaro en este diario: “A Puigdemont no se le podrá atacar por ser un converso táctico a la estelada, porque desde joven ha defendido esta meta”. Ha sido alcalde de Girona y presidente de la Associació de Municipis per la Independència (AMI). Un amigo común –también de Girona– dice a menudo que en muchos de esos municipios ya se vive como si fueran independientes. Así lo atestiguan los mástiles con la estelada que se levantan en sus plazas y rotondas.

El president electo habló dos veces de la “bona gent” (buena gente) que ha arropado el proceso, pero dijo también que “el país somos todos”; también la gente no tan buena, creí entender. Es de desear que en su acción de gobierno le guíe la senyera (“Al damunt dels nostres cants / aixequem una senyera”), es decir, la bandera de todos. Puede guardarse en el corazón la estelada, como otros guardan la roja, la negra o la que sea, pero debe tener presente que la historia muestra que las banderas no son comestibles y que, a menudo, resultan indigestas.

Su investidura ha sido posible con el respaldo de la CUP, con una hoja de ruta (independencia, proceso constituyente y rescate social) y una declaración de principios (“somos independentistas, somos anticapitalistas y somos feministas). Su portavoz, Anna Gabriel, le invitó a asumir el reto de presidir “la transición hacia la República catalana” y le ofreció como prenda “el mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones”.

Puigdemont asumió el reto y detalló los pasos (culminación del proceso en su fase participativa, diseño de las estructuras de Estado, internacionalización, agenda negociada con España y la UE, referéndum de la Constitución catalana). Esta agenda tiene un doble eslabón débil: no dispone ni de la mayoría de votos de los catalanes ni de la mayoría de diputados que se precisa para reformar el Estatut (dos tercios del Parlament, es decir, 90 escaños) y no evalúa los costes de la transición (de la creación de un Banco Central de Catalunya a la Agencia Catalana de la Seguridad Social).

“No son épocas para cobardes”. Adelante, pues, president. Pero no caiga en el error recurrente de “medir el mundo con los latidos de nuestro corazón”, según el certero diagnóstico de Jaume Vicens Vives: “Elevamos banderas solitarias, para luego rasgarlas y esconder con sus harapos nuestras debilidades”. Este es el encargo envenenado que le ha dejado Mas como herencia.