19/01/2016 00:15 | Actualizado a 19/01/2016 01:04 El domingo 10, el hoy presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, tras afirmar que trabajaría para todos los catalanes, subió y bajó el pasillo del hemiciclo repartiendo apretones de manos y abrazos a los situados a su izquierda; para la líder de la oposición, que lo miraba desde la otra orilla, no tuvo ni una inclinación de cabeza. La conjunción de palabra y gesto admite por lo menos una interpretación benévola: el nuevo president, su Gobierno y la mayoría parlamentaria trabajarán para que, sobre la cuestión catalana, todos acaben pensando como ellos. Tienen todo el derecho a hacerlo, pero frente a su arrolladora minoría ve uno una exigua mayoría que no piensa Limitaré mis peticiones a tres: una de sustancia y otras dos de forma, aunque no menos importantes. Primero, la sustancia: los representantes del 52% no están ahí para dar su opinión sobre el proyecto de independencia: de eso nos encargaremos los votantes, que seremos consultados, no les quepa duda, tarde o temprano (esperemos que no sea demasiado tarde). Están para dar muestra de que Catalunya puede ser, prosperar y gobernarse dentro de España. ¿Mejor que fuera? No pierdan el tiempo con una pregunta que nadie sabe contestar: propongan medidas dirigidas a nuestros problemas inmediatos, bien estudiadas y fundamentadas, aunque no sean muchas (son poquísimas las que superan los trámites y logran una aplicación efectiva). Aprovechen la experiencia que les brindarán desde la Administración del Estado, donde hay mucha gente que sabe; creen una red de contactos, de colaboradores desinteresados, porque el país está lleno de gente con ganas de ayudar. Sirvan de oídos al Gobierno central, que tan mal ha respondido a advertencias y ruegos, hasta dejarnos reducidos a ese modesto 52%, que necesita su colaboración para crecer. Si han de criticar las iniciativas de la mayoría, háganlo, pero sin discursos, con números y razonamientos. Sean modestos y no pontifiquen, pregunten sobre detalles. Que la ciudadanía (más del 52% si puede ser) vea que quieren trabajar para todo el país, no para derrotar al adversario: eso puede divertir, pero no tiene, en el fondo, ningún interés. Y no pierdan el tiempo en discusiones sobre el pasado remoto. Si, como decía aquel, el patriotismo es el último refugio de un granuja, la historia, sobre todo cuando se dirige a fomentar el patriotismo, puede muy bien ser el penúltimo. A nadie van a convencer, y nadie les paga por discutir el pasado, sino por modelar el futuro. ![]() La segunda: la situación en el Parlament es de confrontación. Las reglas de juego de la democracia están precisamente para evitar que la confrontación degenere en conflicto. Ya hay muestras de que el otro lado no dudará en saltárselas en bien de la causa; seguirán haciéndolo, porque es probable que parte de su estrategia consista precisamente en hacer cosquillas al elefante hasta que este salte, para acusarlo entonces de bárbaro, seguramente ante un tribunal europeo: es lo que haría un espectador de las luchas estudiantiles de hace medio siglo. Al 52% le compete la dificilísima tarea de exigir a la otra mitad el cumplimiento de las disposiciones verdaderamente importantes de nuestro ordenamiento jurídico, que es también el suyo, sin sacar la La última, la cortesía, indispensable ungüento que evita que las diferencias degeneren en conflictos; que hace posible que una frase mal entendida no provoque una embestida de consecuencias irreparables. La verdadera cortesía ha desaparecido, sustituida por la cláusula “Yo le respeto”, preámbulo mecánico de las peores vulgaridades. La descortesía del president Puigdemont ha sido devuelta con creces por la señora Arrimadas, que no asistió a su toma de posesión. Mención aparte merece aquí el que la Casa Real –quizá no la persona de S.M. el Rey– no considerara necesaria la visita de la presidenta del Parlament. Había buenas razones para ello, pero la forma adoptada para comunicarlo ha causado un gran daño aquí. Hay que tener presente que muchos consideran, quizá en secreto, que el Rey tiene la posibilidad de arbitrar conflictos antes de que pasen a mayores. Pero para que eso sea así no puede sospecharse que toma partido. Algo ayudará a los representantes del 52% recordar que su preocupación ha de ser siempre la felicidad de sus representados. El 48% estima que la independencia es un requisito previo, el 52% que no. Nadie lo sabe: ocupémonos, pues, de lo que tenemos inmediatamente delante. Quienes sólo pasamos una temporada en la Tierra no debemos pretender legislar para la eternidad. |